Color en la periferia

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Escribo desde la mirada averiada mía, pues no concibo otra forma de contar que hay unos muchachos en una montaña al sur de la ciudad que viven, hacen muecas, lanzan fuego de sus bocas y cantan. No puedo, no porque no quiera, solo que me resulta más fácil hacerlo desde acá, desde la comodidad de mi habitación, pensando en las luces de las calles atestadas por adolescentes en motos sin cascos y niños en bicicleta, uno en el galápago y otro en la barra, con sus gorras planas echadas para atrás.

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Son cerca de las siete de la noche. Paramos un taxi. Nos lleva al polideportivo del Alfonso López, por favor, le decimos al conductor. En mi maleta una cámara, un micrófono, cables y el vestuario con el que actuaré esta noche. De Albania vienen los compañeros del grupo de teatro, seguro ya están allá.